ELOGIO A LA IMPERFECCIÓN*

Si pudiera vivir nuevamente mi vida./En la próxima, trataría de cometer más errores./No intentaría ser tan perfecto, me relajaría más./Sería más tonto de lo que he sido, /de hecho tomaría muy pocas cosas con seriedad

               Jorge Luis Borges

Dado que la vida es una, y para evitar que al final de la misma, como dice el poeta, pensemos “si pudiera vivir nuevamente…”, lo que es imposible, por el momento, hemos de comprender que la perfección no es cosa de éste mundo; es decir, se puede vivir más serenamente y trabajar más eficazmente sólo aceptando una razonable imperfección natural. En este discurso se hablará de las cosas habituales, haciendo referencia a la historia de las ideas, de Guillermo de Occam a Pareto, para intentar convencer a todos a no ser perfectos o mejor a ser imperfectos.

Desde la paideia (educación) del hombre occidental, que se basa en el concepto de precisión y anhelo de perfección; desde la catequesis cristiana que indica la santidad, en el sentido de la perfección de las virtudes, como un objetivo alcanzable de la ascesis humana; la perfección ha tomado un valor sacro o metafisico del logro de un resultado excelso, un resultado que, fruto de un largo trabajo o de calidad espontáneas, enoblece a la persona en el ámbito de la sociedad humana y en la autoconsideración.

1. Sin embargo el perfectum no es otra cosa, etimologicamente hablando, que un hecho completamente acabado, algo al cual no le falta ningún elemento característico, es decir, que no puede ser integrado o incrementado.

Así, mientras la cultura del ‘900 nos hace llegar a una consideración más pragmática y funcional del ser, del vivir y del obrar, nuestra conciencia nos hace débiles y nos lleva a una dimensión de sollen (deber ser) perfectos, lejana del sein (ser) normales, con la consiguiente angst (angustia) del hombre común en la sociedad moderna.

Sobre todo la cultura del ‘900 nos ha dejado la sabiduría de que el mundo y la realidad no pueden ser conocidos completamente sino solo relativamente, negando así la falsa indicación del filosofo Hegel sobre la racionalidad del real. No obstante creemos todavía que, a través de modelos matemáticos, podemos racionalizar todos los fenómenos, también los aparente o efectivamente irracionales.

2. Por otra parte, si es verdad que somos como “enanos sobre los hombros de gigantes”, como dice Bernardo de Chartres, algunos de esos gigantes nos han dejado áureas lecciones de las cuales, sin embargo, no hemos sabido extraer todos los frutos que habríamos podido y debido obtener, en nuestro propio interés.

Me refiero al grande Guillermo de Occam que, con su lógica de la sencillez, ya en el edad media, anunciaba el método científico con el concepto, hoy de uso corriente, de eficiencia. Concepto que se ha desarrollado en varios modos pero que se traduce en una fórmula axiomática que recoge en sí todo el valor de este tema sobre la imperfección como renuncia consciente y voluntaria de la búsqueda de la perfección.

La lección de Guillermo de Occam, como es bien sabido, se sintetiza en la metáfora de la navaja de afeitar, siguiendo la idea de que, del punto de vista metodológico, es oportuno eliminar con cortes de lama las hipótesis más complicadas. En este sentido el principio puede ser expresado con la fórmula: “en igualdad de factores la explicación más simple es la que ha de preferirse”.

Fórmula que se desarrolla  en los siguientes brocardi (salidas): entia non sunt multiplicanda praeter necessitatem (no debemos multiplicar los elementos más allá de lo indispensable); pluralitas non est ponenda sine necessitate (no es oportuno buscar la pluralidad sin necesidad);  frustra fit per plura quod fieri potest per pauciora (es inútil hacer con más lo que se puede hacer con menos).

En otras palabras, no hay ninguna razón para complicar lo que es simple. Al interno de un razonamiento o de una demostración hay en cambio que buscar la sencillez.

3. Pero tenemos que llegar a los albores del ‘900 para encontrar la definición científica de la imperfección con la así llamada “ley 80/20”, una ley que es conocida con el nombre de principio de Pareto (principio de la carencia de los factores), y que es sintetizable en la afirmación: la mayor parte de los efectos se debe a un número estrecho de causas.

O sea, por exemplo, en un plan del control de gestión: el 80% de los gastos está determinado del 20% de las actividades comtempladas, por ello lo esencial es poner la máxima atención, en la individualización, caso por caso, de las actividades que van a formar ese 20%, dispersandose lo suficiente sobre el restante 80%.

No obstante, mientras en la época de Pareto las capacidades de cálculo eran reducidas, en la actualidad se podría pensar a un control total de factores, dadas las posibilidades de calculo casi ilimitadas a dispocición. Así podríamos no solo pensarlo sino también realizarlo, no obstante la falta de consideración de indicadores sintéticos y de control directo supondría un error, puesto que, si las capacidades de la tecnología actual son praticamente ilimitadas, las de gestión y de decisión humanas son siempre las mismas de un tiempo.

Es decir el exceso de informaciones y la consiguiente dificultad de recibirlas y elaborarlas hace más difícil y más lento el proceso decisional. De esta manera se vuelve al axioma de Occam (entia non sunt multiplicanda sine necessitate) y, para vivir y trabajar eficaz y serenamente, bastaría tener siempre en cuenta que es mejor una decisión parcialmente justa tomada rapidamente, que una decisión completamente justa tomada después de mucho tiempo. Ojalá los ordenamentos jurídicos también tuviesen en cuenta este pricipio de eficiencia.

De todo lo expuesto llegamos a la conclusión de que para vivir y trabajar mejor tenemos que abandonar la búsqueda continua y la práctica obsesiva de la perfección.

La naturaleza, en general, y la humana, en particular, nos dan muchos ejemplos de imperfección y, en efecto, el criterio sobre el que se basa la vida humana y el mundo conocido, en vez de ser la perfección, es el criterio de equilibrio (instable), que es utilizable tanto en la gravitación universal como en la psicología individual o social.

Por lo tanto tenemos que aceptar de buen grado la realidad de la imperfección, y acontentarnos de una razonable aproximación, es decir, como si tuvieramos un traje para domingos, la perfección, que ponemos en naftalina, y un mono de trabajo, la imperfección, que usamos todos los días “per uscir del bosco e gir infra la gente” (Petrarca).

En una sociedad siempre más compleja es necesario simplificar y la simplificación basica está en la conducta sobre el plano de las relaciones personales y, si es verdad que “la interdependencia es un valor más alto de la independencia” (S.R.Covey, The 7 habits of highly effective people, ed.it F.Angeli 2005, p.13), la conciencia de nuestra imperfección nos llevará a una mayor paciencia con los demás.

Así podremos vivir imperfectos e interdependientes pero tranquilos, en una aurea mediocritas, en el sentido del poeta (Orazio).

15 mayo 2014

*) este trabajo es una reelaboración de mi artículo publicado in AIDP, Hr on line n.6/2014 http://www.aidp.it/riviste/articolo.php?id=1&ida=2775&idn=275&idx=275-35

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